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sábado, 26 de diciembre de 2015

Atracciones

El padre fue el primero que entró, pasando la entrada por el lector electrónico. La madre pasó después, seguida por los dos niños que arrastrando sus pies solo conseguían poner nervioso al padre. Cogieron un mapa y se ajustaron las mochilas. El parque estaba dividido en cuatro áreas, cada una diseñada acorde a una época. Ante la pasividad de los niños y la indiferencia del padre, la madre decidió empezar por “Lejano Oeste”. Caminaban en silencio, rodeados de puestos de recuerdos a precios desorbitados, barracas con luces tenues y carpas que tapaban todo en un día gris, que amenazaba lluvia.

Un hombre vestido con un sobrero de vaquero ofrecía con desgana sacarse fotos con los visitantes más pequeños. Un niño posaba con mala cara mientras el hombre le apuntaba con desgana y con su rifle de juguete. Un puesto de disparar a platos con pistolas trucadas conseguía sacar algunas monedas más a padres y madres que veían cómo la entrada que habían pagado no incluía acceso a las atracciones más divertidas.

El más pequeño de los niños de esta familia se encontró con un compañero de clase. Ese niño iba también con sus padres, pero su visita ya estaba acabando. Al verse, los niños se acercaron y empezaron a hablar. Hijo único, más alto que sus compañeros y con unas notas terribles, este niño era un fracaso se mirase por donde se mirase. Conseguía con su simple presencia que todos a su alrededor estuviesen incómodos. Nadie sabía ya qué hacer con él. Profesores, padre, madre, todos habían tirado la toalla. En clase solía acosar a sus compañeros, haciéndoles la vida imposible a todos aquellos que no le hiciesen caso. Ambos niños se pararon a hablar para refugiarse de sus familias, con las que no conseguían divertirse. Ambos niños se conocían muy bien, pues además de compañeros tenían la relación de acosador - acosado. El más alto, un día, había tirado al otro niño por las escaleras, pagando con él su frustración. Después le había golpeado la cabeza con una mochila llena de libros mientras el otro seguía tirado en el suelo. Le partió dos dientes y se fue antes de que viniesen los profesores. Cuando el herido llegó a casa, dijo que se había caído por las escaleras por llevar los cordones desatados, haciendo que su madre se enfadase con él.

Mientras los niños intercambiaban sensaciones de asco sobre el parque en el que estaban, los padres de los niños no tuvieron más remedio que acercarse y hablar. No se conocían, pero se caían mal. Nadie tenía ganas de hablar, pero todos pusieron buena cara y se preguntaron cosas que no interesaban a nadie. Cuando surgió el primer silencio, una de las madres llamó a su hijo para seguir su visita antes de que se pusiese a llover.

Al final de la sección del Lejano Oeste había una noria en la que tuvieron que subir porque era la atracción más famosa del parque, aunque a nadie le apetecía montar. Arrancó despacio y la familia, en silencio, veía cómo iban subiendo. El paisaje a su alrededor era desolador. El parque se había construido en un páramo alejado de todo porque el terreno era increíblemente barato, así que las vistas no eran para nada espectaculares.

Sin embargo, un ensordecedor trueno resonó a lo lejos y al pasar solo algunos segundos, un diluvio empezó a caer sobre el parque de atracciones. Los niños recobraron algo de interés al ver cómo caían rayos y relámpagos en el oscuro cielo gris. Los padres, lejos de preocuparse, se sonrieron cuando la noria se paró. Ellos, en la punta más alta de la atracción, se quedaron varados porque la lluvia obligó a los operarios a desconectar toda la electricidad del parque.
Una fuerte ventisca entró en el recinto. Al vaquero se le voló el sombrero, al puesto de disparar se le salió el techo y un balín perdido disparado a destiempo le dio en el ojo al hombre que estaba cobrando. El niño acosador vio como uno de los toros mecánicos que se había soltado venía volando hacia él. Incapaz de esquivarlo, recibió el golpe de lleno muriendo en el acto. Sus padres se agarraron las manos, acariciándose con los dedos pulgares. Se miraron a la cara y se dieron un beso. Corrieron hacia la salida entre todo el caos, se subieron en el coche y rápidamente arrancaron sin mirar atrás.

Cuando el viento golpeó por primera vez la noria, ésta se tambaleó violentamente. Los niños gritaron de emoción y los padres aún se miraban en silencio. El más pequeño empezó a saltar y el otro corría de un lado a otro del cubículo empujando con fuerza los cristales, hasta que de un golpe abrió la puerta y cayó al vació, quedando su cadáver encima de la caseta donde el operario controlaba la atracción. Su hermano empezó a reírse y quiso saltar también, pero antes de que pudiese hacerlo, otra ráfaga de viento volcó la noria por completo, matando al momento a todas las personas que se habían quedado atrapadas.
El operario se acercó a una joven que había sido aplastada por la noria pero que aún respiraba. Le preguntó si podía hacer algo para ayudarla.

-Estoy mejor que nunca - respondió ella con una sonrisa - Gracias.

Murió feliz pocos segundos después, mientras el operario seguía buscando supervivientes. Un grupo de amigos que el operario recordaba horas antes subiendo a la noria con desidia, reía y se sacaba fotos junto a la atracción volcada. Un puesto de patatas fritas y hamburguesas que estaba detrás de ellos explotó, y la explosión envolvió al más rezagado del grupo en llamas. Se tiró al suelo inmediatamente y empezó a rodar, sin poder aguantar la risa. Dos de sus amigos cayeron también incapaces de mantenerse en pie en medio de fuertes carcajadas, mientras que otro grababa en vídeo los últimos momentos del joven, con una sonrisa de oreja a oreja.

El operario se dirigió a la salida, caminando despacio, ya sin prestar atención a lo que pasaba a su alrededor.

-Disculpe, oiga- escuchó que alguien le decía a sus espaldas- ¿podría ayudarme? Uno de los niños cogió la escopeta de balines y me disparó a la pierna. Quiero salir de aquí pero no me puedo mover.

El hombre, extrañado, se acercó a ella, la ayudó a levantarse y juntos salieron del parque. La joven, que había venido sola, no podía conducir por las graves heridas. Él se ofreció a llevarla en su coche, un vehículo viejísimo que era lo que podía permitirse con su sueldo. El párking estaba lleno de coches aparcados, porque aunque medio parque de atracciones estaba ya en llamas, la gente que quedaba dentro empezaba a pasárselo bien.

-Gracias por la ayuda, me has salvado la vida. Me llamo Laura, ¿cómo te llamas?

-Eh, ¿yo? - el operario dudó.

-Sí, claro, ¿quién va a ser? - respondió Laura con una sonrisa.

-¿Mi nombre? - el operario miró hacia atrás y vio al parque derrumbarse en medio de un enorme estruendo. Por delante, una carretera larga y sinuosa. Giró la cabeza y respondió alegremente- No sé, tendremos que pensar uno.