Sólo después de leerte, pude
escribirte. Pude alumbrarte, mirar en todos tus rincones, curiosear
por donde parecía no haber nada. Quité el velo de todas aquellas
cosas que habías guardado en la caja sellada, la que nadie podía
abrir.
Al principio te escribí en prosa. Mi
narrativa era muy abundante, las palabras no cesaban porque tenía
muchas, muchas cosas que decir. Pensé en la mueca que me había
salido en la cara, eso que llamaste sonrisa, y en cómo era tu
consecuencia directa, la de tus bromas, caricias y burlas.
Llené páginas y páginas hablando de
ti, de tus problemas, de tus recuerdos, de esa vida que ya no querías
ocultar. Fueron meses de escritura automática, meses de continuo
descubrimiento y excitación.
Un día, acabé el libro. Su única
edición tuvo una tirada de dos ejemplares. Cuando te lo enseñé,
decidiste quemar el mío, y que al calor de sus llamas, leyésemos,
tirados en tu cama, todo lo que el libro nos quisiese decir. Alguna
lágrima desbordó sentimientos que en la obra no se podían
explicar. Miré tu rostro húmedo, y descubrí, incrédulo, que tras
las lágrimas había una sonrisa. Esa sonrisa que era mi motor primo,
mi motor único. Fue entones cuando me di cuenta de que el libro no
te hacía justicia, pues harían falta mil volúmenes para empezar a
describir lo que de verdad eras.
La narrativa, pensé, no tiene la
capacidad de reflejar la realidad completa. Sólo la poesía puede
hacerlo, mostrando en cada poema un detalle, solo uno, un detalle de
esos que me cambian el día, esos que demuestran la perfección por
la que estás compuesta.
Así fue como de mi sinceridad nacieron
versos. Aquellos versos contaban historias muy diferentes; cómo me
salvabas de mí mismo, cómo tu sonrisa de niña pequeña podía
borrarlo todo, cómo hacías que nada me importase excepto lo que más
me importa. Tus juegos, tus caricias, tu fe en mí y tus ganas de
salvarme. Líneas y líneas salieron de mi cabeza, mucho más
pausadamente, saboreando cada palabra, cada estrofa, intentando
darles la mejor forma pues tenía que rendir cuentas a la mejor musa.
Casi todos esos versos se quedaron en mi cabeza y no sabes de su
existencia. Vivieron y viven por las noches, cuando todo el mundo
duerme y entonces tus ojos se cierran, subes una pierna y sonríes
pensando en que el mundo es tuyo por las noches, sin saber que el mío
te pertenece siempre. También aparecían estos versos en mi cabeza
cuando hacías al mundo abstraerse de ti, queriendo estar sola
durante horas, para reaparecer con una mirada, una sonrisa, un beso.
La narrativa, no lo niego, fue un buen
comienzo, seguramente necesario. Pero la poesía, de la forma en la
que la adornas, se hace totalmente imprescindible.