El
padre fue el primero que entró, pasando la entrada por el lector
electrónico. La madre pasó después, seguida por los dos niños que
arrastrando sus pies solo conseguían poner nervioso al padre.
Cogieron un mapa y se ajustaron las mochilas. El parque estaba
dividido en cuatro áreas, cada una diseñada acorde a una época.
Ante la pasividad de los niños y la indiferencia del padre, la madre
decidió empezar por “Lejano Oeste”. Caminaban en silencio,
rodeados de puestos de recuerdos a precios desorbitados, barracas con
luces tenues y carpas que tapaban todo en un día gris, que amenazaba
lluvia.
Un
hombre vestido con un sobrero de vaquero ofrecía con desgana sacarse
fotos con los visitantes más pequeños. Un niño posaba con mala
cara mientras el hombre le apuntaba con desgana y con su rifle de
juguete. Un puesto de disparar a platos con pistolas trucadas
conseguía sacar algunas monedas más a padres y madres que veían
cómo la entrada que habían pagado no incluía acceso a las
atracciones más divertidas.
El
más pequeño de los niños de esta familia se encontró con un
compañero de clase. Ese niño iba también con sus padres, pero su
visita ya estaba acabando. Al verse, los niños se acercaron y
empezaron a hablar. Hijo único, más alto que sus compañeros y con
unas notas terribles, este niño era un fracaso se mirase por donde
se mirase. Conseguía con su simple presencia que todos a su
alrededor estuviesen incómodos. Nadie sabía ya qué hacer con él.
Profesores, padre, madre, todos habían tirado la toalla. En clase
solía acosar a sus compañeros, haciéndoles la vida imposible a
todos aquellos que no le hiciesen caso. Ambos niños se pararon a
hablar para refugiarse de sus familias, con las que no conseguían divertirse.
Ambos niños se conocían muy bien, pues además de compañeros
tenían la relación de acosador - acosado. El más alto, un día,
había tirado al otro niño por las escaleras, pagando con él su
frustración. Después le había golpeado la cabeza con una mochila
llena de libros mientras el otro seguía tirado en el suelo. Le
partió dos dientes y se fue antes de que viniesen los profesores.
Cuando el herido llegó a casa, dijo que se había caído por las
escaleras por llevar los cordones desatados, haciendo que su madre se
enfadase con él.
Mientras
los niños intercambiaban sensaciones de asco sobre el parque en el
que estaban, los padres de los niños no tuvieron más remedio que
acercarse y hablar. No se conocían, pero se caían mal. Nadie tenía
ganas de hablar, pero todos pusieron buena cara y se preguntaron
cosas que no interesaban a nadie. Cuando surgió el primer silencio,
una de las madres llamó a su hijo para seguir su visita antes de que
se pusiese a llover.
Al
final de la sección del Lejano Oeste había una noria en la que
tuvieron que subir porque era la atracción más famosa del parque,
aunque a nadie le apetecía montar. Arrancó despacio y la familia,
en silencio, veía cómo iban subiendo. El paisaje a su alrededor era
desolador. El parque se había construido en un páramo alejado de
todo porque el terreno era increíblemente barato, así que las
vistas no eran para nada espectaculares.
Sin
embargo, un ensordecedor trueno resonó a lo lejos y al pasar solo
algunos segundos, un diluvio empezó a caer sobre el parque de
atracciones. Los niños recobraron algo de interés al ver cómo
caían rayos y relámpagos en el oscuro cielo gris. Los padres, lejos
de preocuparse, se sonrieron cuando la noria se paró. Ellos, en la
punta más alta de la atracción, se quedaron varados porque la
lluvia obligó a los operarios a desconectar toda la electricidad del
parque.
Una
fuerte ventisca entró en el recinto. Al vaquero se le voló el
sombrero, al puesto de disparar se le salió el techo y un balín
perdido disparado a destiempo le dio en el ojo al hombre que estaba
cobrando. El niño acosador vio como uno de los toros mecánicos que
se había soltado venía volando hacia él. Incapaz de esquivarlo,
recibió el golpe de lleno muriendo en el acto. Sus padres se
agarraron las manos, acariciándose con los dedos pulgares. Se
miraron a la cara y se dieron un beso. Corrieron hacia la salida
entre todo el caos, se subieron en el coche y rápidamente arrancaron
sin mirar atrás.
Cuando
el viento golpeó por primera vez la noria, ésta se tambaleó
violentamente. Los niños gritaron de emoción y los padres aún se
miraban en silencio. El más pequeño empezó a saltar y el otro
corría de un lado a otro del cubículo empujando con fuerza los
cristales, hasta que de un golpe abrió la puerta y cayó al vació,
quedando su cadáver encima de la caseta donde el operario controlaba
la atracción. Su hermano empezó a reírse y quiso saltar también,
pero antes de que pudiese hacerlo, otra ráfaga de viento volcó la
noria por completo, matando al momento a todas las personas que se
habían quedado atrapadas.
El
operario se acercó a una joven que había sido aplastada por la
noria pero que aún respiraba. Le preguntó si podía hacer algo
para ayudarla.
-Estoy
mejor que nunca - respondió ella con una sonrisa - Gracias.
Murió
feliz pocos segundos después, mientras el operario seguía buscando
supervivientes. Un grupo de amigos que el operario recordaba horas
antes subiendo a la noria con desidia, reía y se sacaba fotos junto
a la atracción volcada. Un puesto de patatas fritas y hamburguesas
que estaba detrás de ellos explotó, y la explosión envolvió al
más rezagado del grupo en llamas. Se tiró al suelo inmediatamente y
empezó a rodar, sin poder aguantar la risa. Dos de sus amigos
cayeron también incapaces de mantenerse en pie en medio de fuertes
carcajadas, mientras que otro grababa en vídeo los últimos momentos
del joven, con una sonrisa de oreja a oreja.
El
operario se dirigió a la salida, caminando despacio, ya sin prestar
atención a lo que pasaba a su alrededor.
-Disculpe,
oiga- escuchó que alguien le decía a sus espaldas- ¿podría
ayudarme? Uno de los niños cogió la escopeta de balines y me
disparó a la pierna. Quiero salir de aquí pero no me puedo mover.
El
hombre, extrañado, se acercó a ella, la ayudó a levantarse y
juntos salieron del parque. La joven, que había venido sola, no
podía conducir por las graves heridas. Él se ofreció a llevarla en
su coche, un vehículo viejísimo que era lo que podía permitirse
con su sueldo. El párking estaba lleno de coches aparcados, porque
aunque medio parque de atracciones estaba ya en llamas, la gente que
quedaba dentro empezaba a pasárselo bien.
-Gracias
por la ayuda, me has salvado la vida. Me llamo Laura, ¿cómo te
llamas?
-Eh,
¿yo? - el operario dudó.
-Sí,
claro, ¿quién va a ser? - respondió Laura con una sonrisa.
-¿Mi nombre? - el operario miró hacia atrás y vio al parque derrumbarse en medio de un enorme estruendo. Por delante, una carretera larga y sinuosa. Giró la cabeza y respondió alegremente-
No sé, tendremos que pensar uno.