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sábado, 20 de agosto de 2011

Noches precedentes


Hay días en los que parece que si no te voy a ver, voy a morir. A morir de tristeza, de soledad o sabe Dios de qué, pero parece que la noche, si llega, va a ser aún peor que el día. Son días de espera, de tal vez unas palabras, oírte, leerte, quizás verte, lejos, pero verte. Esos días ya se divisan desde la noche anterior, cuando el cielo no está rojo, está negro, pero mucho más negro que de costumbre. No se ven nubes, pero tampoco se ven estrellas. Lo único que se ve es oscuridad, lo incierto, las tinieblas, la pena, mis miedos. Miedo a que tal vez nunca vuelva a sentirme a tu lado, a mirar tus ojos, a tocar tus manos, acariciar tu pelo, miedo, pánico, terror, pienso en el color de tus ojos, del cual no podría olvidarme nunca, siempre acorde al color de tu pelo.
Esos días son días solitarios, donde todo el mundo parece estar fuera, fuera de mi vida, lejos de este planeta en el que yo, tal vez sólo yo, vivo. Para luchar contra lo inevitable y perder como siempre busco algo, busco a alguien, pero nunca encuentro a nadie si no te encuentro a ti, porque estos días no son para nadie, no son para mí, y no sé si serán para ti. La oscuridad que no deja de teñir tantas horas me hace sentir egoísta por querer llamarte, sentir tu voz en mi oído, decirte que la oscuridad ya llegó, que ya no veo nada, que necesito que me guíes por el camino que sabes que es el correcto, porque si yo tengo un camino, solamente tú lo conoces.
A veces también llueve, a veces un día gris me acompaña porque el mundo es así de amable, cuando ya no queda compañía hace de madre, de padre, de hermano, de amigo, y me envía unas gotas de lluvia, unas nubes gigantescas para hacerme entender que no estoy sólo, o que sí lo estoy, porque esa es la finalidad, el destino, pero que tal vez el propio mundo sea el hombro que me apoye.
A veces me imagino el momento en el que nos volvemos a juntar, un abrazo y después el alivio, la morfina que me calma el dolor de tanto tiempo. Aun así mi cerebro no me deja de recordar que no será más que un parche, que llegado un momento te irás otra vez y volveré a estar mirando al cielo, por si llueve, para ver que alguien más piensa en mí.
Hay días en los que parece que si no te voy a ver, voy a morir. 
Esta noche es increíblemente oscura, ya casi no veo nada.

domingo, 7 de agosto de 2011

Rosalía, ya sale el sol


Los gallegos siempre, siempre, a lo largo de los años, fuimos un pueblo cerrado, acomplejado, frío. No demostramos nunca los sentimientos, nos guardamos todo para nosotros, con pequeñas excepciones como nuestra venerada Rosalía de Castro. Durante años, lustros, o tal vez siglos los gallegos estuvimos encerrados siempre en casa, al resguardo del fuego que nos calentaba mientras por la ventana veíamos como los infinitos verdes campos se empapaban con la lluvia que nunca se cansa de acompañarnos.
Pero de repente, un 15 de mayo salimos a la calle todos, como el despertar de un pueblo que ya no quería ser el agente pasivo que recibe la opresión. Rosalía hablaba del maltrato que se nos daba a los gallegos, durante años y años, que nos llevó a acomplejarnos y siempre creernos inferiores.
Desde una plaza del centro de Madrid, una noche de Mayo, salió el calor que por fin, tras tanto tiempo, consiguió derretir la coraza de hielo que nos separaba a unos de otros y a todos del poder. Al día siguiente se volvió a salir a la calle, se llenaron las plazas como nunca se habían llenado y todos nos mirábamos sorprendidos, contentos, pero sobre todo, orgullosos, orgullosos de haber salido del cálido hogar a la calle, a decir basta por un sistema que nos quita todo. Orgullosos, por fin, de ser gallegos, orgullosos de poder salir a luchar contra la indiferencia, que es la que siempre nos hace pequeños.
Pasamos noches en las plazas gallegas, noches frías, muchas lluviosas, pero la llama de Sol desde Madrid siempre nos mantuvo calientes.
Desde el 15 de mayo de 2011, los gallegos somos un poco más grandes.