Me abro a mí mismo a menudo
y nunca sé si me gusta lo que encuentro.
El escaparate está ordenado y tiene luces
pero el almacén apesta a cerrado.
Vivo de las visitas de gente curiosa
que se interesa por lo que vendo.
Algunos solo se paran segundos
pero otros me regalan su tiempo.
A ellos les debo todo;
les llamo familia, amigos, amores.
Les regalo todo lo que tengo a la venta
pero nunca llegan a pasar al fondo.
Me da pánico abrir esa puerta
y que airee lo imperdonable
que recorra estas calles negras,
y tener que cerrar el escaparate.