Entré
a trabajar a la vez que él, pero yo no supe arreglármelas tan bien.
Entramos en la fábrica como manos útiles en la cadena de montaje.
Al principio me costó acostumbrarme al ritmo de trabajo. No tienes
tiempo para descansar porque nunca paran de aparecer por la cinta
juguetes nuevos que tenemos que montar. Suelen ser muñecas rubias,
con piel como las mujeres ricas, con diferente ropa. A veces pienso
que la ropa de esos juguetes es mejor que la mía y tengo envidia.
Una vez una señora quiso guardarse un muñeco para su hijo pero la
descubrieron. Intentó escaparse pero la cogieron y la llevaron otra
vez a su sitio. Le pusieron unas esposas atándola a la cinta y
empezó a pasar por delante de todos nosotros. Cuando iba a llegar al
punto donde la cinta cae y una máquina muy grande separa los
muñecos, el guardia le cortó el brazo y la señora se pudo tirar de
la cinta y salvarse de una muerte muy dolorosa. Le dijeron que
volviese a su sitio y que si no podía seguir siendo útil, buscarían
una solución al problema. Después de ese día no volvió. Yo era
amigo de su hijo, y lo vi llorando al día siguiente. Me dijo que
había muerto al llegar a casa la noche anterior.
Como
iba diciendo, yo entré a trabajar al mismo tiempo que él, pero no
tenía su carácter. Él era lo que los jefes querían. Tenía muy
mal humor, se enfadaba por todo y era violento. Hoy lo ascendieron a
supervisor de la zona en la que estábamos trabajando. Lo primero que
hizo fue tirar al suelo y darle patadas a un chico que estaba
tocándose las manos porque le dolían. Supongo que querrá mandarnos
el mensaje de que no podemos parar ni un momento.
La
verdad es que lo paso un poco mal, pero a veces me cruzo con mi
hermana por la fábrica y eso siempre me hace sonreír. Y sé que al
fin y al cabo, trabajando puedo ayudar a que salgamos adelante y a
comprar las cosas que necesitamos.
A
veces me gustaría que mi vida fuese de otra forma. Saber que vas a
poder comer algo al día siguiente, aunque solo sea una vez en todo
el día. Creo que hoy cumplo nueve años. Me gustaría que mi madre
aún estuviese aquí y me abrazase al llegar, porque solo eso ya me
haría soportar el dolor de trabajar aquí.
Veo
al supervisor venir, cogiendo un palo que había en el suelo. Otra
vez me quedé absorto en mis pensamientos y ahora me van a dar una
paliza. Lo bueno es que el sol se está escondiendo y solo me
quedarán unas horas más aquí antes de poder irme a mi casa con mi
hermana. Tengo ganas de llegar, de que me cante cumpleaños feliz.
Nos abrazaremos y nos daremos fuerzas. Siempre nos decimos que esto
algún día va a cambiar, que no es justo. Solemos recordar a papá y
a mamá, y lloramos. Yo ya estoy en el suelo recibiendo golpes. Sigo
pensando en ellos. Ojalá el supervisor me mate. Sería el mejor
regalo de cumpleaños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario