Lo
miraba todo con los ojos equivocados. Y es que en todas las noches de
mi vida fue la luna la que me mostró el mundo, siempre pálido,
inerte, monótono.
Sin
embargo, la vez en la que a la sombra de la noche te distinguí por
primera vez, un torrente de colores y energía comenzó a brotar por
la ciudad. El río, verde esmeralda, se agitó como nunca. Los
árboles amarillos crecieron más alto. Miré al cielo y estaba azul,
las estrellas rojas.
Comprendí
en ese momento que la luna había que mirarla a la luz de tu cuerpo.
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